Un juego imprescindible. Así de fácil. Cada partida es una historia nueva que perfectamente podría ser su propio libro. La workshop le añade nuevas dimensiones al juego que cambian radicalmente la jugabilidad.

Os contaré la historia de mi última partida, 3 individuos: Una doctora, un bandido y una granjera.

La doctora se encargaba de cocinar, hacer ropa y cuidar en la eventual herida de algunas raid o ataques animales. El bandido, al principio, lo tuvimos minando todo el día ya que no destacaban demasiado sus demás habilidades. La granjera edificaba con sus propias manos todos los edificios de la colonia (a veces con ayuda de la doctora) y cuidaba de los cultivos que nos mantenían con vida.

El bandido pronto demostró la pasta de la que estaba hecho. Puesto que tenía de vez en cuando arrebatos de locura por llevar ropas raídas, lo enviamos a domar a un oso (si, a un maldito oso enfurecido). Contábamos conque lo matara y así nos ahorrábamos el trauma y eso... Nuestra sorpresa vino cuando no sólo fue capaz de domar al oso, sino que en los días posteriores le consiguió enseñar a que transportara personas, materiales y a que le protegiese. Nos quedamos anonadados. Tras unos días tenía un ejército de animales entero. Lobos, jabalís, ñúes... de todo.

Un día un joven nos envió un mensaje de ayuda. Le perseguía una tribu y estaban a punto de matarlo. Aceptamos que se uniera a nosotros. La tribu atacó, pero con garrotes y palos no pudieron hacer demasiado contra nuestras armas de fuego y una panda de animales MUY cabreados. El chaval no era hábil con nada, por lo que lo relegamos a limpieza, transporte y a cultivos mientras la granjera estaba ocupada construyendo.

La colonia prosperó. Acabamos teniendo cámaras refrigeradoras, una consulta, televisión, sala de ocio con ajedrez y póker... y nuestro particular Noé con animales MUY bien entrenados a su servicio. Good times.

Llegaron hambrunas, enfermedades, raids... pero salimos adelante. Le ordenamos a la doctora que le extirpase la pierna izquierda a la granjera, ya que todos los intentos por salvar una infección provocada por una herida de bala fueron infructuosos, pero se recuperó a costa de llevar una pata de palo y andar ligeramente más lenta. Las pasamos mal cuando una manada de zorros polares enloquecidos asaltaron la aldea. La granjera estuvo a punto de perder también un brazo, pero el cazador consiguió salvarle la vida a costa de perder él una pierna. El cazador y la granjera se enamoraron al poco tiempo, y estuvieron a punto de casarse... a punto.

Nos llegó otra llamada de auxilio. Una chica llamada "Barba" pedía socorro ya que se había escapado y necesitaba ayuda. Nos avisaba de que venían a por ella, pero igualmente aceptamos. Teníamos una buena ciudadela, armas de fuego y una doctora con tanta habilidad que podría ponerte los brazos como piernas y serían totalmente funcionales... o eso creíamos.

No eran simples salvajes en taparrabos. Eran militares. Y Barba era una verdadera cobarde. Se encerró en una de las habitaciones y no colaboró en la lucha. Estábamos empezando a vernos superados. El cazador envió a sus animales a proteger a la granjera, se estaba viendo sobrepasada por la tribu. La doctora se mantenía pegada al cazador cubriendo sus espaldas.

La marabunta de animales se abalanzó sobre los que atacaban a la granjera, pero aun así poco podían hacer contra un grupo que les superaba en número y potencia de fuego. Una granada acabó con la vida de una pareja de lobos al instante y mutiló severamente a la granjera. El oso luchó con furia para defenderla, pero lo masacraron sin compasión. Aun así, fue capaz de llevarse a varios por delante. Los asaltantes ignoraron a la granjera moribunda y fueron al asalto contra el cazador y la doctora. Mandamos al chaval que habíamos rescatado a que llevase a la granjera rápidamente a la camilla de hospital, necesitábamos salvarla como fuera. El cazador estaba enfurecido y deprimido tras ver a su fiel compañero ser masacrado y al amor de su vida desfigurado para siempre... o muerto si no se daban prisa. Rápidamente cogió una de las armas mejoradas de los asaltantes y masacró sin piedad a los invasores. La doctora intentó ir hacia la consulta al ver que el cazador tenía la situación bajo control, pero fue víctima de una bala perdida en la cabeza que acabó con su vida al instante.

La pelea había acabado. Enterramos a la doctora en una tumba en la plaza de la colonia. El oso y demás compañeros peludos caídos a su lado, pues eran también miembros de la familia.

Habían sobrevivido 4 asaltantes, inconscientes. El cazador los llevó uno por uno a cuatro habitaciones vacías antes reservadas para los futuros colonos (y quizás... su hijo). Cambió las puertas de madera por puertas de metal dobles, no quería que se escaparan. Mientras, el joven rescatado intentaba mantener con vida a su amada. El cazador había asistido alguna vez a la doctora cuando esta había sufrido heridas, por lo que algún conocimiento tenía de medicina. Barba fue encerrada junto a los otros asaltantes. Por su cobardía su esposa estaba moribunda, por su cobardía su compañero estaba muerto y, por su cobardía, ya no había doctora que salvara a su amada.

Mientras decidían qué hacer con los prisioneros, la granjera era mantenida con vida a base de tratamiento constante.

El cazador estaba hambriento de venganza. Empezó a alimentar a los presos con carne de sus propios compañeros fallecidos. El chico empezaba a estar traumatizado y a perder la cabeza, por lo que el cazador decidió mejor dejarle a él cuidar de los presos. No quería perder a otro compañero.

A los pocos días, uno de los presos se rebeló y acuchilló mortalmente al chico, rápidamente el cazador lo redujo y lo metió en la celda. Cuando llegó junto al chico, ya era demasiado tarde. Lo enterró como al hijo que nunca pudo tener.

El cazador se vio solo. Su mujer estaba sufriendo la muerte en vida. Una agonía indescriptible. Juró que haría pagar lo que le hicieron a su querida. Pero antes, tenía que hacer una última cosa por ella. Le practicó una eutanasia, indolora. Se despidió de ella y cavó dos tumbas. Una para ella y otra para la que nunca sería suya. Tendría que ser él quien descansase a su lado, pero ya no quedaba nadie que le enterrase.

El cazador continuó los días alimentando a los prisioneros los restos de los otros asaltantes hasta que no quedaba ni un resto. Los prisioneros estaban perdiendo la cordura sabiendo que estaban siendo alimentados con sus compañeros. Al poco tiempo, el cazador dejó de venir. Pensaron que había muerto, pero pronto entendieron que simplemente ya no quedaban compañeros con los que alimentarles. El patrón se repetía, días con alimento, días de hambruna. El cazador estaba aprendiendo medicina a base de diseccionar a otros asaltantes que habían osado ir a aquella colonia maldita. Los había despiezado y se los había dado como alimento igualmente.

Finalmente, el cazador volvió a visitarles, pero sin comida. Quería que supieran lo que su esposa y antiguos compañeros habían sufrido. Quería que experimentasen su dolor. Comenzó con la pierna izquierda. Se las extirpó a cada uno. En cuanto curó y ya no sentían dolor, comenzó con la pierna derecha. Poco a poco fue eliminando extremidades y órganos no vitales hasta dejarlos en su más mínima expresión. Todos perdieron la cabeza. Tenían arrebatos violentos pero ya no podían hacer nada salvo gritar de agonía y maldecir el día en el que fueron a esa colonia.

Casi como justicia divina, un día una tormenta eléctrica comenzó. Un rayo cayó sobre las baterías e inició un incendio que se extendió por toda la colonia. El cazador fue a ver por última vez la tumba de su esposa y amigos.

Viendo de fondo como ardían las celdas y se escuchaban gritos de socorro dentro de ellas, no se inmutó... y esperó por fin el descanso que tanto anhelaba sobre su tumba vacía.